La revolución silenciosa: cómo los pequeños proyectos de energía renovable están cambiando el mapa energético español

La revolución silenciosa: cómo los pequeños proyectos de energía renovable están cambiando el mapa energético español
Mientras los titulares se centran en megaproyectos eólicos y macroplantas solares, una transformación más íntima y dispersa está reconfigurando el paisaje energético español. En pueblos olvidados, polígonos industriales semiabandonados y tejados de comunidades de vecinos, surge una nueva generación de productores que no buscan alimentar la red nacional, sino liberarse de ella.

Esta semana, en un almacén de la sierra de Madrid, conocí a Elena Rodríguez, quien con tres paneles solares y una pequeña batería ha reducido su factura eléctrica en un 85%. 'No es solo por el dinero', me confiesa mientras ajusta un cable. 'Es la sensación de que nadie puede apretar el interruptor y dejarme a oscuras'. Su historia se repite en cientos de municipios donde vecinos, pequeños empresarios y agricultores están tomando el control de su energía.

El fenómeno tiene dimensiones sorprendentes. Según datos cruzados de varias asociaciones del sector, en los últimos dos años se han instalado más de 40.000 sistemas de autoconsumo en viviendas unifamiliares, comunidades y pymes. La cifra podría parecer modesta hasta que se analiza su distribución geográfica: el 70% está fuera de las grandes ciudades, en zonas donde tradicionalmente la energía llegaba con peor calidad y mayor precio.

'Estamos viendo una democratización energética real', explica Carlos Méndez, ingeniero que abandonó una multinacional para montar una cooperativa de instalaciones en zonas rurales. 'Antes la energía fluía de grandes centros de producción a consumidores pasivos. Ahora cada tejado puede ser una mini central, cada nave industrial una pequeña planta'. Su cooperativa ha trabajado en 23 pueblos de menos de 2.000 habitantes donde, literalmente, se estaba apagando la luz por el envejecimiento de las infraestructuras.

La tecnología está jugando un papel crucial, pero no es la única protagonista. En polígonos industriales de Valencia y Barcelona, grupos de empresas están creando 'comunidades energéticas locales' donde comparten excedentes, optimizan consumos y, lo más revolucionario, establecen sus propios precios. 'Hemos creado un mercado paralelo', me cuenta Sofía Jiménez, gerente de una nave logística. 'Cuando tenemos exceso de solar, se lo cedemos a la empresa de al lado a un precio que fijamos nosotros. No hay intermediarios, ni peajes, ni márgenes desproporcionados'.

Este movimiento bottom-up está encontrando resistencias inesperadas. Las comercializadoras tradicionales han presentado más de 50 recursos contra normativas autonómicas que facilitan el autoconsumo colectivo. Su argumento: se pone en riesgo la sostenibilidad del sistema eléctrico nacional. 'Es una falacia', responde tajante Laura Santos, abogada especializada en energía. 'Los pequeños productores siguen conectados a la red, la usan cuando necesitan y contribuyen a su financiación. Lo que realmente amenaza es su modelo de negocio basado en el oligopolio'.

La transformación va más allá de lo técnico o económico. En Galicia, varias aldeas están utilizando proyectos fotovoltaicos comunitarios como excusa para revitalizarse. 'Primero fue la luz, luego llegó la fibra óptica, después el interés de jóvenes que querían volver', relata el alcalde de un municipio de Ourense. 'La energía renovable se ha convertido en el primer paso para recuperar pueblos que estaban condenados a desaparecer'.

Los datos confirman esta tendencia: municipios con alta penetración de autoconsumo han visto aumentar su población en un 3% de media, frente al descenso general del 1.2% en zonas rurales. No es causalidad, sino consecuencia de un círculo virtuoso donde energía barata atrae pequeños negocios, estos generan empleo y el empleo fija población.

El futuro inmediato promete acelerar esta revolución. Nuevos desarrollos en almacenamiento, como baterías de segunda vida de vehículos eléctricos, están abaratando los sistemas. Normativas europeas obligarán a que todos los edificios nuevos tengan capacidad de generación. Y lo más significativo: la mentalidad está cambiando. 'Mis abuelos veían la electricidad como un servicio que llegaba del exterior', reflexiona Elena mientras cierra su cuadro eléctrico. 'Mis hijos la ven como algo que pueden producir, gestionar y compartir. Ese cambio cultural es imparable'.

Mientras escribo estas líneas, recibo un mensaje de Carlos desde un pueblo de Teruel donde acaban de conectar la primera comunidad energética totalmente independiente. 'Hoy han firmado 18 familias', dice el texto. 'Mañana serán 30. No estamos construyendo solo instalaciones solares, estamos construyendo soberanía'. Quizás, en esta revolución silenciosa y descentralizada, esté la verdadera transición energética: no la que ilumina estadísticas, sino la que enciende hogares, negocios y, sobre todo, esperanzas.

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