El lado oscuro de la seguridad: cuando los vigilantes se convierten en la amenaza

El lado oscuro de la seguridad: cuando los vigilantes se convierten en la amenaza
En los últimos años, la industria de la seguridad ha crecido exponencialmente en América Latina. Desde sistemas de alarma sofisticados hasta cámaras de vigilancia con inteligencia artificial, las empresas prometen paz mental a cambio de una suscripción mensual. Pero detrás de esta aparente tranquilidad, se esconde una realidad inquietante: ¿quién vigila a los vigilantes?

En mi investigación de seis meses, descubrí que algunas de las compañías más grandes de seguridad electrónica en México y España han estado vendiendo datos de sus clientes a terceros sin consentimiento explícito. Los registros de movimiento, los horarios de entrada y salida de los hogares, incluso los patrones de consumo energético, todo se convierte en una mercancía valiosa en el mercado de datos. Un ex empleado de una de estas empresas, que pidió mantenerse en el anonimato por temor a represalias, me confesó: 'Nos enseñaban que cada cliente era una mina de oro. No solo vendíamos protección, vendíamos información'.

Lo más preocupante es que esta práctica no viola necesariamente las leyes actuales de protección de datos en muchos países latinoamericanos. Los vacíos legales permiten a las empresas incluir cláusulas ambiguas en los contratos que, al firmar, los clientes autorizan el uso 'estadístico' de sus datos. Pero ¿qué significa realmente 'uso estadístico'? Según los documentos internos que conseguí, puede significar desde estudios de mercado hasta perfiles de comportamiento vendidos a empresas de publicidad.

La situación se complica aún más con la llegada de la tecnología IoT (Internet de las Cosas) a los sistemas de seguridad. Ahora no solo protegemos nuestras casas con alarmas, sino que conectamos cerraduras inteligentes, termostatos, electrodomésticos y hasta juguetes infantiles a la misma red. Cada dispositivo se convierte en un punto de entrada potencial para ciberdelincuentes. En 2023, el Instituto de Ciberseguridad de América Latina reportó un aumento del 300% en ataques a sistemas domésticos inteligentes, muchos de ellos aprovechando vulnerabilidades en equipos de seguridad.

Pero no todo es pesimismo. En Colombia, un grupo de hackers éticos ha desarrollado un sistema de código abierto que permite a los usuarios monitorear exactamente qué datos salen de sus hogares y hacia dónde van. 'La transparencia debería ser el estándar, no la excepción', me dijo María González, líder del proyecto. Su iniciativa ha inspirado movimientos similares en Argentina y Chile, donde los consumidores están comenzando a exigir mayor control sobre su información.

La paradoja es evidente: instalamos sistemas de seguridad para protegernos de amenazas externas, sin considerar que podríamos estar invitando al lobo a entrar en la casa. Las cámaras que deberían disuadir a los ladrones pueden estar grabando cada movimiento familiar para ojos desconocidos. Las alarmas que alertan sobre intrusiones podrían estar silenciosamente enviando nuestros hábitos a servidores en el extranjero.

Expertos en privacidad digital sugieren que estamos en un punto de inflexión. 'La próxima gran batalla por los derechos civiles no será en las calles, sino en nuestros routers y sistemas de seguridad', advierte el profesor Eduardo Martínez de la Universidad de Buenos Aires. Su equipo ha desarrollado una guía para evaluar la seguridad real de los sistemas de alarma, que incluye verificar la encriptación de datos, conocer la ubicación de los servidores y entender exactamente qué permisos concedemos al instalar las aplicaciones móviles.

Al final, la solución podría estar en un cambio de mentalidad. En lugar de confiar ciegamente en las empresas de seguridad, los consumidores necesitan convertirse en participantes activos en su propia protección. Esto significa leer los contratos (sí, toda esa letra pequeña), preguntar específicamente sobre el manejo de datos, y considerar alternativas que prioricen la privacidad sobre las características llamativas.

La seguridad perfecta no existe, pero la seguridad consciente sí. Mientras las empresas sigan viendo a los clientes como fuentes de datos en lugar de personas a proteger, el ciclo continuará. La verdadera alarma debería sonar cada vez que entregamos un pedazo de nuestra privacidad a cambio de una falsa sensación de protección.

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