El lado oscuro de las aseguradoras: cómo los algoritmos deciden quién merece cobertura
En un mundo donde cada clic, cada like y cada búsqueda en Google queda registrado, las aseguradoras han encontrado un filón de oro en nuestros datos. No se trata de una conspiración de ciencia ficción, sino de una realidad que está transformando silenciosamente el mercado de seguros en España. Mientras navegamos por Rankia comparando hipotecas o leemos en El Economista sobre las últimas fusiones bancarias, algoritmos invisibles están trazando nuestro perfil de riesgo con una precisión escalofriante.
La revolución digital ha llegado al sector asegurador con la discreción de un ladrón en la noche. Según datos de INESE, más del 60% de las compañías utilizan ya inteligencia artificial para evaluar riesgos. Pero, ¿qué significa esto para el ciudadano de a pie? Imagina que tu última publicación en Instagram, donde aparecías esquiando en los Pirineos, pueda subirte la prima del seguro de vida. O que tu historial de compras en Amazon determine si mereces un seguro de hogar más económico. Esta es la nueva frontera de la suscripción de seguros, donde los datos personales se han convertido en la moneda de cambio más valiosa.
En Expansión y Cinco Días se habla constantemente de digitalización y eficiencia, pero pocos medios profundizan en las implicaciones éticas de esta transformación. Las aseguradoras tradicionales, aquellas que todavía empleaban a legiones de actuarios con calculadoras, están siendo desplazadas por startups tecnológicas que prometen precios personalizados. La pregunta que nadie quiere responder es clara: ¿personalización o discriminación algorítmica?
El caso de María, una arquitecta de 35 años a la que le negaron un seguro de salud por 'patrones de comportamiento de alto riesgo', ilustra perfectamente este nuevo paradigma. Su delito: haber buscado información sobre ansiedad laboral en Google y haber comprado regularmente suplementos vitamínicos en farmacias online. Los algoritmos interpretaron estos datos como indicadores de problemas de salud mental futuros, aunque María nunca había sido diagnosticada con ninguna condición. Su historia, recogida por Europa Press en un pequeño artículo que pasó desapercibido, es solo la punta del iceberg.
En foros especializados como Seguros Red y Seguros.es, los usuarios comienzan a compartir experiencias similares. Jóvenes a los que les cobran primas más altas en seguros de coche porque sus patrones de movilidad (extraídos de sus teléfonos inteligentes) sugieren que conducen en horas de mayor congestión. Familias que ven cómo sus seguros de hogar se encarecen después de publicar fotos de sus mascotas en redes sociales. La línea entre la personalización del servicio y la violación de la privacidad se difumina cada día más.
Mientras Bolsamania analiza cómo estas prácticas afectan a las cotizaciones bursátiles de las aseguradoras, los reguladores parecen ir varios pasos por detrás. La Ley de Protección de Datos (GDPR) establece límites, pero las aseguradoras han encontrado resquicios legales mediante el consentimiento implícito en contratos kilométricos que nadie lee completamente. El resultado es un sistema opaco donde el consumidor pierde el control sobre cómo se utilizan sus datos y, lo que es más preocupante, cómo estos datos determinan su acceso a servicios esenciales.
Pero no todo es distopía digital. Algunas voces dentro del sector, como las que se escuchan en los congresos de INESE, abogan por un uso ético de la tecnología. Propuestas como auditorías externas de algoritmos, derecho a la explicación (que permita a los clientes entender por qué se les ha denegado una cobertura) y límites claros sobre qué datos pueden utilizarse están ganando terreno lentamente. La transparencia, esa palabra tan manida en los discursos corporativos, podría convertirse en el salvavidas que evite que el sector pierda la confianza de sus clientes.
El futuro del seguro pasa inevitablemente por la tecnología, pero corresponde a la sociedad decidir qué tipo de futuro quiere construir. ¿Aceptaremos que máquinas inescrutables decidan quién merece protección y quién no? ¿O exigiremos que el progreso tecnológico vaya acompañado de mayores garantías éticas y democráticas? Las respuestas a estas preguntas definirán no solo el mercado asegurador, sino el tipo de sociedad digital en la que queremos vivir.
Mientras tanto, la próxima vez que compares seguros en Rankia o leas un análisis económico en El Economista, recuerda que detrás de esos precios aparentemente objetivos hay complejos algoritmos que han escrutado tu vida digital. La revolución de los datos ha llegado al sector asegurador, y todos somos, queramos o no, parte del experimento.
La revolución digital ha llegado al sector asegurador con la discreción de un ladrón en la noche. Según datos de INESE, más del 60% de las compañías utilizan ya inteligencia artificial para evaluar riesgos. Pero, ¿qué significa esto para el ciudadano de a pie? Imagina que tu última publicación en Instagram, donde aparecías esquiando en los Pirineos, pueda subirte la prima del seguro de vida. O que tu historial de compras en Amazon determine si mereces un seguro de hogar más económico. Esta es la nueva frontera de la suscripción de seguros, donde los datos personales se han convertido en la moneda de cambio más valiosa.
En Expansión y Cinco Días se habla constantemente de digitalización y eficiencia, pero pocos medios profundizan en las implicaciones éticas de esta transformación. Las aseguradoras tradicionales, aquellas que todavía empleaban a legiones de actuarios con calculadoras, están siendo desplazadas por startups tecnológicas que prometen precios personalizados. La pregunta que nadie quiere responder es clara: ¿personalización o discriminación algorítmica?
El caso de María, una arquitecta de 35 años a la que le negaron un seguro de salud por 'patrones de comportamiento de alto riesgo', ilustra perfectamente este nuevo paradigma. Su delito: haber buscado información sobre ansiedad laboral en Google y haber comprado regularmente suplementos vitamínicos en farmacias online. Los algoritmos interpretaron estos datos como indicadores de problemas de salud mental futuros, aunque María nunca había sido diagnosticada con ninguna condición. Su historia, recogida por Europa Press en un pequeño artículo que pasó desapercibido, es solo la punta del iceberg.
En foros especializados como Seguros Red y Seguros.es, los usuarios comienzan a compartir experiencias similares. Jóvenes a los que les cobran primas más altas en seguros de coche porque sus patrones de movilidad (extraídos de sus teléfonos inteligentes) sugieren que conducen en horas de mayor congestión. Familias que ven cómo sus seguros de hogar se encarecen después de publicar fotos de sus mascotas en redes sociales. La línea entre la personalización del servicio y la violación de la privacidad se difumina cada día más.
Mientras Bolsamania analiza cómo estas prácticas afectan a las cotizaciones bursátiles de las aseguradoras, los reguladores parecen ir varios pasos por detrás. La Ley de Protección de Datos (GDPR) establece límites, pero las aseguradoras han encontrado resquicios legales mediante el consentimiento implícito en contratos kilométricos que nadie lee completamente. El resultado es un sistema opaco donde el consumidor pierde el control sobre cómo se utilizan sus datos y, lo que es más preocupante, cómo estos datos determinan su acceso a servicios esenciales.
Pero no todo es distopía digital. Algunas voces dentro del sector, como las que se escuchan en los congresos de INESE, abogan por un uso ético de la tecnología. Propuestas como auditorías externas de algoritmos, derecho a la explicación (que permita a los clientes entender por qué se les ha denegado una cobertura) y límites claros sobre qué datos pueden utilizarse están ganando terreno lentamente. La transparencia, esa palabra tan manida en los discursos corporativos, podría convertirse en el salvavidas que evite que el sector pierda la confianza de sus clientes.
El futuro del seguro pasa inevitablemente por la tecnología, pero corresponde a la sociedad decidir qué tipo de futuro quiere construir. ¿Aceptaremos que máquinas inescrutables decidan quién merece protección y quién no? ¿O exigiremos que el progreso tecnológico vaya acompañado de mayores garantías éticas y democráticas? Las respuestas a estas preguntas definirán no solo el mercado asegurador, sino el tipo de sociedad digital en la que queremos vivir.
Mientras tanto, la próxima vez que compares seguros en Rankia o leas un análisis económico en El Economista, recuerda que detrás de esos precios aparentemente objetivos hay complejos algoritmos que han escrutado tu vida digital. La revolución de los datos ha llegado al sector asegurador, y todos somos, queramos o no, parte del experimento.